Soñar no cuesta nada es la frase repetida por todos, pero soñar y ver cómo se
cristaliza ese sueño, se convierte en una responsabilidad que no permite siquiera
pensar en desfallecer. Así lo siento. El Teatro Trail es un ícono para la escena hispana
de Miami: abierto en 1930 con capacidad para 430 personas y reconocido por la
comunidad cubana, gracias a la constancia del gran actor y comediante cubano
Armando Roblán, a quien no le bastaba por años escribir la pieza a presentar, hacer la
escenografía, dirigir, hacer tres o más personajes y hasta encargarse de su promoción.
Al retirarse Roblán (fallecido poco tiempo atrás, N. Del R), el teatro sucumbió ante una
inminente demolición: ahí entran entonces a remodelarlo los señores del Latin
Quarter Cultural Center, quienes con su dedicación lo dejan, como decimos las
señoras: como una tacita de plata, pero también son víctimas de la arrolladora crisis
que como siempre arranca por donde no debería: por el arte y sus espacios.
No fui la única en ver la hermosa marquesina del teatro mientras esperaba en medio
del tedioso tráfico de la Avenida 37 y la mundialmente famosa calle 8. La marquesina
apagada, anunciando un espectáculo pasada y un teléfono que nunca funcionó me
miraban con deseo, o así lo sentía, mientras yo… ahí, con mi socio, amigo, compañero y
amante Jorge Angulo, quien me escuchaba sin chistar mi cantaleta del “Por qué ese,
justo ese teatro está vacíos, teniendo yo tantas ideas que desarrollar ahí?” Y ahí, ahí
mismo, es desde donde hay les escribo, con la diferencia que ahora veo el caos
vehicular desde adentro. No hay día que estemos limpiando o haciendo algo afuera
que no pase alguien y grite desde su carro: “Oyeeee, chicaaaa, cuando abren? I saw my
first movie there… (Yo vi mi primera película ahí, ¡ahí fue donde el viejo me trajo a ver
mi primera obra!) y, al cambiar el semáforo, la voz y el recuerdo se lo llevan con la
esperanza, que es la misma nuestra: abrir pronto las puertas para desarrollar un
modelo que genere además de satisfacciones artísticas, satisfacciones económicas, ya
que estas últimas nos garantizan la continuidad en la sala.
Los que me conocen o mejor, los que nos conocen, saben que estaremos en la puerta
esperándolos, y aunque la frase suene a cliché, les pido el favor de venir y al unísono
gritar: ¡Qué se abra el telón!